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CHICHA: DE LA PSICODELIA ANDINA A LA CUMBIA VILLERA

(23 de Enero de 2012). El otro día estaba escribiendo sobre las chicheras del virreinato. Estas mujeres, estas negras asumidas como actores sociales delimitados de la iconografía colonial, se me antojan puro estereotipo, puro género, versiones limeñas y cusqueñas de las negras mazamorreras porteñas que ofrecían empanaditas calientes que queman los dientes (según lo que uno aprendía en el jardín de infantes a finales de la década de 1970). Sólo que, en vez de cargar empanadas o pastelitos de dulce de membrillo, cargaban chicha de terranova elaborada con garbanzo, piña, maíz de jora, maíz morado.

El punto es que estaba pensando en las chicheras, y pensando en las chicheras recordé una canción que se titula justamente “La chichera”, bien interpretada por Los Demonios del Mantaro, el grupo de Carlos Barquerizo Castro (músico huancaíno nacido en 1923 y uno de los fundadores de la moderna cumbia peruana) que en los años 60 del siglo XX tocaba en el Valle del Mantaro al estilo colombiano y dio parte de su impronta a la música del país y de la región. Insuperable, inolvidable, irresistible (no puede dejar de recordarse “Tequila”, primigenio rock’n’roll de aires latinos, tocada en 1958 por The Champs), es “La chichera” en la versión de Los Golden Boys, la orquesta colombiana fundada en 1960 por los hermanos Guillermo y Pedro Jairo Garcés, también pioneros y fundadores, también creadores, de esa rica música que es la cumbia latinoamericana y caribeña.

Es un capítulo de la música pop del siglo XX todavía por escribirse. En ese capítulo deberán relatarse las alquimias sonoras y estéticas de la cumbia, especialmente colombiana y peruana de los años 60 y 70, esa corriente musical que produjo artefactos sonoros y artísticos imprescindibles. Si tienen chance de escuchar cumbia al estilo tradicional, esa inefable combinación caribeña de melodías indígenas y ritmos negros traducidos al uso criollo, sabrán a qué me refiero. Pero si tienen chances de escuchar, sistemáticamente y a consciencia, los usos, apropiaciones, jugueteos, negociaciones, que muchos músicos peruanos y colombianos hicieron con esas corrientes tradicionales, entre las décadas de 1960 y de 1970, simplemente quedarán boquiabiertos.

Pocos géneros musicales fueron traduciéndose tan bien a las estéticas, usos y costumbres de cada época. Hoy es el hip hop o los sintetizadores en las villas de Buenos Aires; en los años 60 podía ser el pop británico o la psicodelia norteamericana en pequeños poblados andinos. Escuchar la “Guajira sicodélica” de Los Destellos, por ejemplo, que es la tercera canción de la cara A de su primer disco, publicado en 1968, significa enfrentarse con los límites culturales impuestos por géneros, por estilos, por preconceptos, por mero esnobismo. Cuando uno escucha canciones como “Guajira sicodélica”, o también “Frenética guajira” de su segundo álbum, En órbita, publicado en 1969, las referencias musicales y culturales explotan en todas direcciones: en una barriada de Arequipa o Lima chocan el rock psicodélico y la música surf de los 60 con la guaracha cubana y los ritmos amazónicos y las músicas serranas, y entonces Enrique Delgado —nacido en Lima en 1939, fallecido en 1996, al frente de su grupo Los Destellos— reinventa un siglo de música dándole primacía a la guitarra e incorporando instrumentos y estructuras sonoras hasta entonces desconocidas en la música andina, en la música amazónica, en la música caribeña.
Si oyen “Descarga serrana”, segunda canción del lado B del tercer álbum, Sólo ellos: Los Destellos, también de 1969, encontrarán el viraje hacia formas más contemporáneas de cumbia; en principio, deja de ser instrumental (es curioso que muchas personas sostengan que la primera composición cantada de Los Destellos se remonta a 1970, con la edición de su cuarto disco, Mundial…; específicamente se refieren a la canción “Elsa”, guaracha con la voz de Félix Martínez, a la que puede asignársele, eso sí, la codificación del género tal como se lo percibe en su forma contemporánea, o ahora, décadas después, en su forma “tradicional” o “clásica”). Se dice, con justicia, que la década de 1970 fue la época de oro de la cumbia peruana. Propondría el ejercicio de recorrer el camino inverso al ya establecido como norma y regla: es un cliché relamerse en las exploraciones de The Clash o Mano Negra en los ritmos del Tercer Mundo, pero todavía queda por seguir la pista al modo en que esos ritmos del Tercer Mundo habían domesticado ya las influencias que llegaban de los centros irradiadores de música pop.
Insisto: es un capítulo de la música pop que debe analizarse y escribirse todavía, quizás el único que América Latina se merece sin objeción en esa historia universal de la música del siglo XX. Sugeriría, por mi parte, que debe empezarse con esa tercera canción del lado A del primer álbum de Los Destellos. Por ahora, si quieren penetrar este universo enorme y complejo valiéndose de algo compacto, accesible, bien digerido y explicado para anglos lelos, pueden probar con The roots of chicha. Psychedelic cumbias from Peru, un álbum de 2007, exquisitamente curado, que explora las raíces psicodélicas de la cumbia peruana: Los Mirlos, Juaneco y su Combo, Los Hijos del Sol (no deja de maravillarme que toda su interpretación de “Cariñito” se sostenga en un bajo sencillo, preciso, torpe, perfecto), Los Diablos Rojos, Eusebio y su Banjo, por supuesto Los Destellos.
La chicha, que es a lo que me llevó la referencia de las chicheras coloniales y la canción de Los Demonios de Mantaro tan elegantemente tocada por Los Golden Boys, es una parte destacada (¿un subgénero?, nunca me gustó el concepto de “subgénero”, no sabría decir por qué) de la cumbia peruana, formada y reconocida como tal en la década de 1980. La base, como en buena parte de la música andina, es el huayno, que se remonta hasta el Tahuantinsuyo. Su base pentatónica de ritmo binario le ha permitido cargarle de todo encima, desde rock hasta música de tradición escrita europea; dos décadas antes, cuando el huayno andino se tradujo en la guitarra surfer psicodélica de Los Destellos, el camino había quedado despejado para que emergiera la chicha y también buena parte de la cumbia andina contemporánea.

Fue en la década de 1980, en Perú, que la música chicha penetró, se conoció, se convirtió en “fenómeno”, de esos que intrigan a los sociólogos y los antropólogos que se entretienen buscando estructuras de clase pero se pierden de oír la secuencia de sonidos desarrollada en el tiempo: la música. Buena parte de la cumbia villera argentina, al menos lo mejor de ella, no elude las referencias a la música chicha; basta con seguir de cerca la discografía de grupos como Damas Gratis. Acaso sea más que una casualidad que Damas Gratis haya hecho su propia versión de “Para Elisa”, al igual que Los Destellos. Establecer las relaciones, acaso más profundas, entre Damas Gratis y Los Mirlos, es otro pendiente para ese capítulo aún por trazarse y escribirse.

Lo que resulta todavía más interesante, pero a su vez, aquello sobre lo que sí se escribe y se piensa, aquello que deja de lado la riqueza de la música en sí, es el contexto de producción social de la chicha peruana de los 80 y de la cumbia villera argentina de la primera década del siglo XXI. Lo que se da a entender, en ambos casos, es que un tipo específico de situación social dominada por la exclusión y la marginalidad es capaz de producir un tipo específico de sonido, de artefacto estético, en fin, de música.

Ahora recuerdo un texto de los años 80 titulado “El tsunami de la chicha”, del escritor y periodista peruano Fernando Ampuero, compilado en su libro de 1987 Gato encerrado, cuyo primer párrafo dice:
¿Vivir con un sueño a cuestas? ¿Quedarse calladitos, resignados, escépticos ante los golpes de suerte, calculando incómodas cuotas mensuales o tal vez la manera de cuajar el negocio brillante? ¡Qué locura! Los sueños se conquistan. Es cosa de avanzar de noche, llevar esteras y ollas, clavar una bandera en el arenal y aguardar el amanecer con gestos desafiantes, de aquí no nos sacan. ¿Acaso no sabemos que así millones de ciudadanos de los conos norte y sur de Lima han realizado su sueño de la casa propia? Aquello, no obstante, sería apenas un frente de batalla. Otros frentes —un sueño cumplido engendra siempre nuevos sueños— están ahora abiertos (la administración de justicia, la economía, la religión), y todos los combates se libran con la invasión, nuestro más probado y eficiente sistema. Pero ¿cómo descansan estos guerreros? ¿Qué les divierte? Ruidos y cantos plañideros, historias de migrantes, microbuses y vendedores ambulantes, un sonsonete que describe una épica, todo un desborde de energía candente: la música chicha, producto netamente popular, y además, para no perder la costumbre, otra segura invasión.

Extraer a la música de su contexto material y simbólico de producción tiene algo de ilegítimo; a la vez, poner la atención exclusivamente en dichos contextos materiales y simbólicos de producción es de igual modo ilegítimo: se pasan por alto artefactos culturales notables. Se pasa por alto la música.
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FUENTE:    http://weblogs.clarin.com/revistaenie-nerdsallstar/2012/01/23/chicha_de_la_psicodelia_andina_a_la_cumbia_villera/

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